EL DESTIERRO DE BELIAL

(12)Gloria, muy devota a su Dios, decide ir a la iglesia más cercana de su casa. Se encuentra con el sacerdote Óscar, este estaba dando la eucaristía de esa mañana a la que Gloria asistía todos los días. Ella se acerca al finalizar la ceremonia y le pide ayuda con gran desesperación, le explica lo que ha estado pasando en su casa y  él sin pensarlo dos veces acepta ayudarle. El hombre toca a su puerta al día siguiente, Gloria le abre y puede ver como él entre sus manos, trae consigo un pequeño rosario de madera, un frasco con agua bendita y por supuesto una gran biblia hecha en cuero. Ella lo saluda muy contenta y con los mejores ánimos lo invita a pasar. Óscar, inmediatamente le dice:

 

-Se puede sentir la pesadez en esta casa, definitivamente hay algo maligno habitando en este lugar.

En los ojos de Gloria se veía la preocupación por lo que acababa de decir el sacerdote. El señor comienza lanzando agua bendita por toda la casa e inmediatamente un olor a azufre emana de cada rincón del hogar. Ella no entendía por qué ese olor, pero el sacerdote le explica que eso que estaban sintiendo es la revelación de una presencia demoníaca en el lugar y esta da algunas señales, una de ellas, es ese particular aroma a azufre. Unos minutos después, el sacerdote comenzó a hacer unas oraciones justo con gloria y se comenzaron a escuchar pasos corriendo y azotando las puertas por toda la casa; Gloria,  muy asustada comienza a llorar, pero el señor le dice que mantenga la calma; que la necesita fuerte para poder derrotar a esa fuerza demoniaca que habitaba en su casa. Dios estaba de su lado, así que él iba a desterrar a ese ser que no pertenecía al mundo de los vivos. Una escena terrorífica, las luces palpitaban, las cosas se caían y las sillas se movían; también se escuchaban voces y no de personas, sino algo espeluznante...de repente, comienza a temblar, Gloria sentía que lo que estaba viviendo era algo irreal; inmediatamente se esconde debajo de una mesa y sin parar de orar, ve como el sacerdote alza sus manos y dice palabras que para ella son inentendibles y minutos después, todo cesa, ya no escuchaban voces, ni pasos y dejo de temblar. El sacerdote cae al suelo de rodillas, por su frente caían gotas de sudor, en su rostro se veía exhausto; Gloria, rapidamente se para y se dirige a donde está él, lo rodea con sus brazos, ayudándole a levantar; él la mira y sonriendo le dice que ya terminó todo.

Ha pasado ya un año y en esa casa, nunca había sentido tanta paz.